havah

Silencio. Vivía entre escombros como el perro y el gusano vivían entre escombros, y me alimentaba de escombros como el perro y el gusano se alimentaban de escombros. Carne cruenta. Bebía agua corriente de los escombros como el perro y el gusano bebían agua corriente de los escombros. El primer niño sobre el que recayó la suerte fue José. El segundo niño fue Godolias. El tercero fue Zacur. El cuarto fue Isari. El quinto fue Natanias. El sexto fue Bocias. El séptimo fue Isreela. El octavo fue Jesaías. El noveno fue Matanias. El décimo fue Semei. El decimoprimero fue Azareel. El decimosegundo fue Hasabias. El decimotercero fue Subael. El decimocuarto fue Matatias. El decimoquinto fue Jerimot. El décimosexto fue Hananias. El decimoséptimo fue Jesbacasa. El decimoctavo fue Hanani. El decimonoveno fue Meiloti. El vigésimo fue Eliata. El vigesimoprimero fue Otir. El vigesimosegundo fue Gedelti. El vigesimotercero fue Maazior. El vigesimocuarto, el más joven, el que doblaba hojas de papel y armaba barcos que dormían en los charcos de agua, que iban in venían entre Seleucia, Tarso, Salamina, Beirut, Sídon, Damasco, Cesarea, Jafa y Nazaret, el que apenas tenía dos años cuando se lo llevaron, que fue Romani-Ezer, mi hijo, mi niño, el más pequeño. Silencio. Parte frontal de la cabeza del animal. Yo grito. Pero siempre hay una boca que grita conmigo. Dos bocas, tres bocas, un millón de bocas en un cementerio de bocas minadas, un gran forúnculo que crece en el rostro, rostro-forúnculo. Dinamita en la boca, un fusil FAL en los dientes. Madre, vi diablos con cuernos y rabo — decía el niño más pequeño. Diablos que corren por el descampado, diablos que chupan huesos, diablos que cavan la tierra. ¿Oíste? Un tiro en la boca, explosión de los tímpanos, sistema nervioso en pedazos. Vi la boca abierta de Yahweh. Dormían escorpiones en la boca abierta de Yahweh. Vi el río Estrimón, el valle de Stara Reka, el valle de Radoviš. Vi un largo valle sinuoso que avanza hasta la desembocadura del Estrimón. Vi el río Amu Daria, el río Kabul, el río Helmand, el río Kunar, el río Panj. Silencio. Devora la carne cruenta, el jugo de sangre en la carne, la fosa. Devora las vísceras de tu hermano, los muslos, la panza, el hígado. Devora la fiebre de tu hermano, los ojos vidriosos de tu hermano, devora. El nervio entre los dedos, el tuétano de los huesos. Devora el sexo roto de tu hermano, los pies friolentos, las uñas encarnadas, la barba larga, las orejas grandes, los tobillos arañados, la cicatriz en la espalda, el pecho, los músculos de los brazos, los hombros endurecidos, los testículos, las nalgas, el mentón, las sienes, las pestañas, las cejas. Devora la pantorrilla, la aorta, las axilas, las rodillas fuertes, el diafragma, el corazón, el estómago. Escalpelo, besa los labios y la frente, los pómulos, el codo, el talón. El río Banias, el río Snir, el río Yarmuk, el río Jordán, el río Kishon, el río Yarkon, los beduinos nómades y sésiles. Los beduinos de la Península Arábiga, los beduinos del norte de África, los beduinos de Petra. El desierto de Néguev. Invoco. El hueco. La fiebre; acantilado. El ramo de olivo; palitos. La cebada tiene flores dispuestas en espigas, en la extremidad del tallo. Amparo. A lo lejos. Murmullo. Solamente. Latencia. Lana. Residuos de la epidermis. Piojos. Secreciones sebáceas. El hospedaje. Rocas en el desierto. Altar en llamas. Todo es sangre y sed. Yahweh se alimenta de los ojos resecos del cordero, Yahweh se alimenta de carne putrefacta, la arteria pancreaticoduodenal inferior, las vísceras. Crees en un Dios que tiene hambre, crees en un Dios que te devora, de a poco. Crees en un Dios que corroe tu piel. Creo en un virus aparte, un virus-herrumbre, un virus que carcome la ampolla de Vater, un virus que carcome la tarde. Era un niño, era un niño en tus brazos, Yahweh. Era la tierra infértil donde se plantaba el trigo. Ácaro. Amé a tu niño, el niño que mamaba de tus senos y dormía saciado. Era la serpiente, en mí, en el desierto. Era un nido de serpientes entre el duodeno y el baso, la secreción de encimas por las células del acino glandular. Era el forraje de paja en el establo, era la harina del grano de escanda. El centeno, la malta, la sémola. Tu dios tiene dientes afilados. Tu dios tajea la carne cruenta con los dientes afilados. Regreso, a veces, a Ohalo, cerca del mar de Galilea. Anoto, en tablitas, la contabilidad de las raciones de cebada ofrecidas a adultos y niños por el rey Urukagina. Él dijo una vez, lo recuerdo bien. Él dijo una vez, frente al arroyo de agua cristalina, él dijo una vez, recuerdo. Yo soy. El desierto en mí se estira, se adentra. Soy la pira. Escúchame, pues quiero instruirte. Voy a contarte lo que vi. Lo hueco, la retina opaca del sol, el viento. Nunca pelé cebollas, pero es como si las hubiera pelado la vida entera. Abrojos. El mar no existe. El mar es una chispa. Un falsario.  Molinos esparcidos por los campos como caballeros. Una bailarina camina con el niño frente al mar. El niño duerme en los brazos de la bailarina. La bailarina deposita al niño en el mar, en una barca pequeña. El niño duerme en los brazos del mar cuando nacen del mar las olas. Pelar cebollas es coreografiar con las manos la retirada de capas de lluvia del interior del mar. Es despertar con el perfume de la guerra dentro del vientre. Pero es necesario cavar la tierra para cosechar raíces. Por la mañana. Las raíces nacen profundas dentro de la tierra. En un espejo de sal y hierro. Arena. Un ballet de piedras y embarcaciones a lo lejos. Yahweh. Padre, padre, ven a casa hoy. Al norte hay carpinterías. Al sur, establos. En los campos distantes del pueblito, las mujeres cosechan yuyos y las serpientes construyen un reino sin mar, ni olas, ni rocas. El desierto. En los campos distantes del pueblito, los hombres están presos en subterráneos y escombros. Nadie los oye. En los campos distantes del pueblito, Yahweh, yo lo veo dormir en grutas de cobre como un pájaro que ya no vuela. Tiene miedo, todos tienen miedo. Hay clavos en los pies, en las manos. Hay cuerdas amarradas a los brazos. Los ojos están abiertos para ser vistos por el mundo entero. Despierta, la ventisca es el dibujo del mar que no existe. Nunca existió. Son fantoches los espectros que vienen al mediodía a asustar el cultivo. Mira, nacerán rosales donde bailan nuestros muertos. Las cicatrices serán curadas con alambres y espadas. Despierta, el faisán nunca volará. Son las golondrinas que vuelan, las gaviotas. El mar es una bailarina que ilumina la noche. Alma en pena. Solo tienen suerte los que mueren. Los vivos necesitan juntar leña todos los días, los vivos necesitan despertar siempre, los vivos no necesitan dormir. Mantenerse despierto todo el tiempo es la peor impotencia. Cebollas. Los hombres necesitan condimentos para el alimento. Una mañana de estas, una mañana de estas las horas amanecerán muertas y no tendremos más tiempo. La cápsula de los segundos es una bomba deflagrada en la tierra. Un meteoro, dinamita dentro de la tierra. No habrá nada que nos sostenga, que nos devore. Solo la aurora y el mar inmenso. Un velero veloz en el mar inmenso. Como si hubiera una boca interminable, así nos devorará, con todo consentimiento. Así nos devorará, con dientes de ahínco, el mar inmenso. Silencio. Cuando llueve, los pájaros desaparecen. Los pájaros van hacia la cumbre del hospedaje. Las palomas se quedan allí por mucho tiempo, encogidas. Las palomas hacen un ruido extraño por la noche. Silencio. Un día ella se levantó y se se detuvo junto a la ventana. Solo se veía — allí afuera — la oscuridad. La lluvia, la oscuridad y el galpón central. Luces de linternas sobre las torres detrás del galpón central. A veces surgía el viento que entraba por debajo de la puerta del hospedaje. Llegaba un escalofrío. Nuestra madre era tan silenciosa. Nuestra madre casi no hablaba, pero a veces reía. Tenía una pequeña sonrisa que llegaba hasta adentro del semblante cada mañana. A nuestra madre le gustaba llevarnos a pasear alrededor del lago en días de sol. Cantaba cada mañana, menos los sábados, cuando nos quedábamos en silencio adentro de la casa. Nuestra madre fue en otro vagón, en otra locomotora, nuestra madre miraba por la ventana de la locomotora. Nuestra madre se quedó allí, parada, silenciosa. Nuestra madre — cuando partió la locomotora —, nuestra madre gritó. Silencio. Yahweh es un pájaro que vienen y esparce semilleros de jacinto por los campos, Yahweh tiene los ojos tristes a veces, pero Yahweh rápidamente se alegra cuando llegan el sol y la mañana y la tarde. Yahweh se va cuando llega la noche. Siento un silencio tan grande adormecerse en mí cuando me despierto por la noche. Me siento tan solo con tanta gente alrededor. Cuando me despierto por la noche, siento como si la oscuridad reinara dentro de mí y me robara el sueño, y me robara la vista, y que no pudiera nunca más mirar a los ojos a Yahweh en el vidrio empañado de la ventana. Debe ser tan triste no poder mirar nunca más los ojos de Yahweh en el vidrio empañado de la ventana. “El que trae a la existencia todo lo que existe”, casi una cuchilla sobre la ceja, faisanes y jacintos adentro de los ojos, una mujer entre anclas, una plantación de jacintos y espejos. Los jacintos deben cultivarse en otoño. Durante el invierno, las raíces duermen en un suelo frío hasta que el tallo y las primeras hojas aparezcan en mayo. Se cultivan espejos todo el tiempo. A veces nacen faisanes y deambulan por los campos, los faisanes se parecen a los espejos, que se parecen a los jacintos. Casi un revólver sobre la ceja. Satán vive en un pantano, Satán pasea en cualquier momento por la ciudad, Satán pasea en cualquier momento en el desierto, Satán pasea en cualquier momento por las rocas, Satán pasea en cualquier momento en una trinchera. Yahweh, Yahweh nunca más volvió. Padre, ven casa hoy. Las ratas van y vienen todo el tiempo como un tren que nunca para. Es necesario equilibrio para sostener el cuerpo sobre la punta de los pies cuando van y vienen las ratas. Ya me acostumbré. Hay tantas aquí. Tantas gaviotas, aves que sobrevuelan la playa, lagartijas de lo árido, dinosaurios. Ellos se alejan de los sueños y disputan migajas de pan con las ratas. Una cereza. Hace tiempo no veo una cereza. Los pastores siempre avanzan con sus ovejas por el prado, duermen en colinas. Los pastores apestan. Sé muy bien qué día es hoy, sé muy bien qué día será mañana, sé muy bien qué día fue ayer. Van a abrir todas las puertas del establo, habrá sol. Pero a los jacintos no les gusta el sol, solo a los faisanes. Miré. Tenía la piel casi rosada, tenías los ojos casi castaños, tenía cabellos largos. La niña sabía cantos, muchos cantos. Basta esperar un poco de tiempo, basta regar con suficiente agua. Lo peor realmente es el comienzo de la noche, lo peor realmente es cuando los pájaros se van, lo peor realmente es cuando llega el amanecer. Todo comienza como siempre comienza como siempre comienza como siempre comienza. La noche es larga es larga es larga.  Era una niña solita, una niña que sabía cantos, una niña que decía: los jacintos deben cultivarse en otoño. El pozo era profundo, era distante, daba cansancio ir hasta el pozo. Daba cansancio cargar tantos cántaros, daba cansancio. Dos días seguidos de sol, dos días seguidos de lluvia, dos días nublados, dos días fríos, dos días de ventisca, dos días de aridez. Qué cosa extraña una estatua. Una estatua nunca tendrá hijos. Silencio. Quien comparte el silencio, el silencio que comparto, sabe qué hay en los ojos de acero de la locomotora, sabe lo que resienten las cicatrices de la tierra, la aridez, la nevasca. Mis labios, mi sexo, brotes labrados en el mundo. Tú no sabes que ellos se adentran en la alborada en dirección a los campos con candelabros. Van desnudos, descalzos, por los cultivos. Vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío, vacío. Pedí. Siempre siempre. Que esperaran. Mirad los lirios, las amapolas rojas, los jacintos. Todo el desierto es amargura. Una vez en un vagón, siempre un vagón, éramos tantos, tantos. El moho insoportable. Crecían arrugas en el rostro. La boca abierta, la piel emblanquecida, el silencio. No quedaba ningún suspiro, dije yo. Repito, les dije a todos, esa mujer acurrucada en el piso del vagón: Tenemos un cadáver aquí. Un muerto, tu padre está muerto. Allí, delante de ti, con ojos vívidos, como si mirara las grietas de la locomotora y contemplara las plantaciones por la ruta. La muerte, entre nosotros, en mis brazos, como un niño hambriento en mis senos. Mi niño, se llevaron a mi niño. Él reaccionó, gritó, se acurrucó en la tierra seca. Lo arrastraron entre alambres, sobre la grava. Él no lloró. Se rio de la estupidez. Van a matarlo. Un hombre sobre el tejado disparó. En las piernas, en los brazos, le despedazó las manos. Él ya no tenía manos. ¿Para qué servirían las manos a esa altura? No sé, ellos no saben, no me permiten decirlo. Mi niño está vivo. Mi casa está de pie, en una tierra que no es la mía. Los canallas, los carbones. Pedí, siempre siempre, que esperaran. Se llevaron en un convoy a mi niño. Los cañones arrasaron el plantío, la tierra, la casa, las semillas de aurora almacenadas en el granero. Por eso canto, canto, canto, canto, canto, canto, canto, canto, canto, canto. Siempre, siempre, ahora, mañana. Mi rezo sin versos. En la colina. El otro lado del desierto. Una muralla, Una rueda giraba. Era el padre en una cabalgadura, un herrero, un vendedor de huesos. Un extranjero con ataúd, un niño herido, el estandarte sin color. Escombros. No me gusta esa palabra. Escombros. No me gusta ese olor. ¿Sientes? Este silencio, esta penumbra, esta multitud de andarines que me mira en silencio. ¿Sientes? ¿Qué he hecho? Lo maté. Tengo un arma. Soy la asesina. Siempre siempre dije. Hablar en estos tiempos es una mierda. La mismidad. Todo anda tan parecido. Los mecenas, los vendedores, los tiradores, los pájaros, los ángeles caídos, la actriz delante de la pira. Profeta de Nazaret, profeta de Jeruza. Siempre siempre dije. Volveremos hoy a casa. Vamos en un convoy, a dormir largos años, en un puente entre Tokio y San Petersburgo. Vamos a dormir, despertar, dormir, despertar, dormir, despertar. Mañana nuestro padre entrará en un navío y partirá hacia el otro lado del mundo, donde es verano (siempre) y el calor corroe las vísceras. Vamos y después vamos y después vamos, en un convoy. Un cowboy, un meteorito. Nuestra madre extenderá el pañuelo, nuestra madre gritará en la cubierta del navío. Adiós, Kazuo. Adiós, Joseph. Adiós, mi Alejandría partida. Nunca llegaremos a Ítaca. La cólera, crece la cólera, y los ojos se llenan de agua. No sé. Mientras crecen los niños, todas las ciudades son mataderos, dijo nuestra madre alguna vez. Todas las ciudades inundan la carne, la flámula, todas las ciudades… La isla Ogigia. ¡Mi padre! ¿Dónde andará tu padre? Una noche, el fuego sobre las tierras, el fuego sobre las torres, el fuego sobre los mares. Una noche, partimos. Una noche, llegamos. Nuestra madre debe perderse en el cortejo. A nuestra madre le falta esperar, esperar, esperar. Un día más, una hora más, un instante más. ¡vuelve, papá! Ven a luchar con los samuráis de Okinawa. Cuando partimos, el esófago sigue de viaje y gruñe adentro del cuerpo. El esófago, una puta, tus senos. Tus labios revestidos por epitelio escamoso estratificado no queratinizado, o parcialmente queratinizado. ¿Por dónde andará tu padre tu padre? ¿Por dónde andará tu madre tu madre? ¿Quiénes son los que cortejan a tu madre a tu madre? Mi niño, mi niño, ¿dónde está mi niño? El vigesimocuarto, el más pequeño, el que doblaba hojas de papel y armaba barcos que dormían en los charcos de agua, que iban y venían de Seleucia, Tarso, Salamina, Beirut, Sídon, Damasco, Cesarea, Jafa y Nazaret, el que apenas tenía dos años cuando se lo llevaron, que fue Romani-Ezer, mi hijo, el más pequeño, ¿por dónde andará? Silencio.

BORGES, Rudinei. El campo del alfarero. Traducción: Martina Altalef. 1. ed. São Paulo: Ed. do Autor, 2022.